viernes, 11 de marzo de 2011

O Tempora ¡ O Mores¡

“Qué tiempos, qué costumbres” es la conocida expresión de Cicerón en la Roma de César, Siglo I a. C., ante la perversidad privada y pública de sus contemporáneos

Podemos emplearla hoy nosotros ante la moral deformada que permea toda la política colombiana. Desde Marsilio de Padua (1324) está claro que hay un orden terrenal diferente del celestial, que a Dios y al César se deben cosas distintas y que el Papa no es el superior jerárquico de los gobernantes, pero ¿Podrá aceptarse la política divorciada de la ética como supuestamente lo proclamó Maquiavelo (1513)? ¿El referente ético de la política tiene que ser religioso o puede y debe ser laico? ¿Si la política debe obedecer a valores y principios cuáles son esos valores y principios?

Ante todo constatemos que en nuestro tiempo las costumbres o prácticas políticas están regidas por una especie de axiomas interiorizados cada vez por más personas, actores políticos, gobernantes e instituciones: el fin justifica los medios, todo vale; combinación de formas de lucha, todo vale; los políticos pueden acomodarse a las circunstancias cambiantes porque todo vale; lo primero es el interés por mezquino que sea, no la vida; la apropiación privada del Estado no es problema: hoy por mi, mañana por ti; la inversión en política se recupera con los bienes públicos; si todos roban, yo también puedo; lo malo no es robar sino dejarse pillar; lo malo de la rosca es no estar en ella; la gente no ve las irregularidades sino las realizaciones; no importa que roben con tal que hagan algo; hay que esperar decisiones judiciales para prender las alertas políticas.

Comportamientos muy extendidos, parecen predominantes, se inspiran o justifican en estos axiomas. Ello hace que vida y política sean las dos realidades más deterioradas hoy en Colombia. Puesto que la política es el principio de organización de la vida social, cuando se deteriora la política también, en igual o mayor medida, se deteriora la vida en todos sus aspectos. No hay vida buena donde hay política mala. Cuando la vida es un asunto tan deleznable en las relaciones entre los individuos integrantes de la sociedad – la más nimia diferencia le puede costar a uno la vida -, no es raro que la política cuya función es hacer posible la vida, su realización y su expansión, esté igualmente envilecida al máximo. Vida y política son correlatos inseparables e indisolubles.

La experiencia universal muestra que en la corrupción pueden incurrir todos los regímenes políticos, no importa cuál sea su orientación o sello ideológico: derecha, centro, izquierda, sea democracia o dictadura. ¿Es válida y legítima la denuncia de la corrupción de la derecha cuando la hace la izquierda y no al contrario? El hecho de que la corrupción sea sistémica no exime a nadie de responsabilidad moral, política y penal. Hay que superar la idea que solo la apropiación privada de los bienes públicos constituye corrupción, también lo es el abuso de poder y el incumplimiento de los fines del Estado.

Colombia tiene en abundancia algunos de los más poderosos diluyentes de la política: la violencia, la corrupción, la inconsecuencia, pero también la fetichización del poder (E. Dussel), el caudillismo, que fortalece el poder delegado (representante) y debilita el poder primario (comunidad). El país asiste hoy a una verdadera hecatombe moral. Todos los días se descubren más excesos del uribismo. La reciente ola verde se diluye en la inconsecuencia. La anterior ola amarilla se muestra incapaz de conciliar Estado ético y Estado social. La política espectáculo no produce asombro sino escándalo. O tempora, o mores.